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Pulmones que envejecen: cómo mantenerlos sanos a lo largo de la vida

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Publicación: calendar_month 31 de agosto de 2025

Respirar es una función vital que solemos dar por sentada. Sin embargo, a medida que envejecemos, los cambios en el organismo, y particularmente en el sistema inmunológico, hacen que esta acción cotidiana se vuelva más desafiante.

En este contexto, las enfermedades respiratorias se posicionan como una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en personas mayores de 65 años, afectando de forma significativa su autonomía y calidad de vida.

Este fenómeno cobra especial relevancia si consideramos el crecimiento acelerado de la población adulta mayor a nivel mundial. Este cambio demográfico plantea la urgente necesidad de promover estrategias que no solo prolonguen la vida, sino que aseguren años con buena salud, funcionalidad y bienestar.

Con la edad, los pulmones pierden elasticidad y capacidad funcional.

El aparato respiratorio comienza a formarse desde las primeras semanas de vida intrauterina y alcanza su madurez en la adolescencia. No obstante, una vez culminada esta etapa de desarrollo, inicia un proceso gradual de envejecimiento que se manifiesta de distintas maneras con el paso del tiempo.

Los músculos encargados de la respiración tienden a debilitarse, los pulmones pierden elasticidad y se vuelven menos eficientes en el intercambio de gases. La caja torácica, por su parte, se vuelve más rígida, y la capacidad pulmonar, es decir, el volumen de aire que pueden movilizar los pulmones, disminuye. Aunque estos cambios son fisiológicamente normales, pueden hacer que actividades simples como subir escaleras o caminar largas distancias resulten agotadoras para algunas personas mayores.

A estos cambios estructurales se suma un factor fundamental: el envejecimiento del sistema inmunológico y mayor susceptibilidad a las infecciones, conocido como inmunosenescencia. Esta transformación reduce la capacidad del cuerpo para combatir infecciones y responder a agresores externos, lo que aumenta la vulnerabilidad a enfermedades respiratorias y agrava su evolución. Es por ello que infecciones como la neumonía representan una de las principales causas de hospitalización y muerte entre los adultos mayores.

Además, el envejecimiento pulmonar está directamente relacionado con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias crónicas. Entre ellas destacan la fibrosis pulmonar idiopática (FPI), que se caracteriza por una cicatrización progresiva e irreversible del tejido pulmonar, y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), una condición en la que la inflamación persistente daña las vías respiratorias y dificulta el paso del aire. Ambas enfermedades suelen aparecer entre los 50 y 60 años, pero su incidencia se triplica a partir de los 60. La EPOC, en particular, no solo afecta a los pulmones, sino que se asocia con síntomas sistémicos como debilidad muscular, pérdida de peso, desnutrición y mayor riesgo de otras afecciones crónicas.

Otro trastorno frecuente en este grupo etario es la apnea obstructiva del sueño, en la cual la respiración se interrumpe repetidamente durante el descanso nocturno. Esta condición, cuya prevalencia aumenta con la edad, puede agravar enfermedades pulmonares existentes y afectar el sueño reparador, lo que repercute en la energía, el estado de ánimo y el funcionamiento cognitivo diario. De igual forma, el asma de inicio tardío y las neumonías presentan complicaciones más severas y prolongadas en personas mayores en comparación con individuos más jóvenes.

Ante este panorama, resulta claro que, si bien no podemos detener el paso del tiempo, sí es posible adoptar medidas que disminuyan su impacto en la función respiratoria. La prevención juega un papel clave, sobre todo en personas mayores de 65 años o con sistemas inmunológicos comprometidos. La vacunación ha demostrado ser una herramienta sumamente eficaz: las inmunizaciones contra la influenza, el neumococo y el virus SARS-CoV-2 (causante de la COVID-19) reducen considerablemente el riesgo de hospitalización, complicaciones graves y mortalidad en adultos mayores.

Hábitos saludables como evitar el tabaco, ejercitarse y cuidar el ambiente mejoran la función pulmonar.

A estas medidas deben sumarse hábitos de vida saludables que favorezcan el bienestar integral del organismo. Mantener una alimentación balanceada, rica en frutas, verduras, legumbres y proteínas magras; evitar el tabaquismo y la exposición al humo de leña o contaminantes ambientales; moderar el consumo de alcohol; realizar actividad física de forma regular, como caminar, nadar o practicar ejercicios de respiración; y acudir al médico para revisiones preventivas, son acciones cotidianas que fortalecen los pulmones y mejoran la calidad de vida en todas las edades.

Nuestros pulmones nos acompañan desde el primer aliento hasta el último. Cuidarlos a lo largo de la vida es una inversión silenciosa pero poderosa en salud, libertad y bienestar.

Agradecimiento. Dora Nelly Martínez Aguirre por el soporte técnico y administrativo.

*Autor de Correspondencia: Dr. Edgar Flores-Soto. Universidad Nacional Autónoma de México. Av. Universidad 3004, Copilco Universidad, Coyoacán. C. P. 04510 Ciudad de México, CDMX. Tel (55)56232277. Correo electrónico: edgarfloressoto@yahoo.com.mx.

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