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Una vida sin vejez: lo que la naturaleza nos enseña sobre longevidad

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Publicación: calendar_month 31 de agosto de 2025

Desde tiempos antiguos, cada civilización ha sentido el anhelo de entender por qué envejecemos y ha buscado estrategias para evitarlo.

Esta inquietud ha dado lugar no solo a investigaciones científicas, sino también a reflexiones filosóficas que cuestionan si el envejecimiento es realmente inevitable, e incluso si sería éticamente correcto intervenir para detenerlo.

La historia del envejecimiento es tan fascinante como el proceso mismo. Aunque solemos asumir que todas las especies envejecen, la biología comparada nos enseña que no es así. Cada una tiene su propia longevidad y una tasa de envejecimiento característica: mientras que una mosca vive apenas unas semanas, se han encontrado almejas que han vivido más de 300 años y plantas, como Lomatia tasmanica, con más de 40,000 años de existencia.

Más sorprendente aún es descubrir que hay especies que no envejecen. El ratopín rasurado (Heterocephalus glaber), por ejemplo, es un topo de tamaño similar a un ratón, pero vive entre 30 y 40 años sin mostrar signos de envejecimiento ni padecer enfermedades comunes en la vejez, como cáncer, neurodegeneración o enfermedades cardiovasculares.

La naturaleza ofrece modelos inspiradores para repensar cómo podemos envejecer mejor.

Estas observaciones nos indican que el envejecimiento, entendido como el conjunto de cambios fisiológicos que aumentan con el tiempo la probabilidad de enfermar y morir, no es universal ni inevitable. Incluso entre los humanos, hay quienes llegan con buena salud a los 100 años, mientras que otros desarrollan múltiples enfermedades crónicas desde los 50 o 60. Esto sugiere que la tasa de envejecimiento también es modificable en nuestra especie.

Durante mucho tiempo se pensó que el cuerpo humano, al igual que un objeto inanimado, se desgastaba con el uso. Pero esa visión no explica por qué cada especie envejece a un ritmo distinto, si todas están formadas por los mismos componentes biológicos. Hoy sabemos que una de las claves está en la capacidad de las células para reparar sus propios daños.

En este sentido, ha cobrado gran relevancia un proceso celular llamado autofagia. Este funciona como un sistema de limpieza interna en el que las células digieren sus componentes dañados o innecesarios, reciclando los útiles. Así, la autofagia ayuda a mantener la integridad celular y permite, por ejemplo, sobrevivir en condiciones de ayuno al liberar nutrientes esenciales a partir de sus propias reservas.

Además, la autofagia participa en múltiples procesos metabólicos: regula lípidos y azúcares, controla el hierro disponible y facilita la secreción de señales hacia otras células. Es, en resumen, un mecanismo esencial para el equilibrio celular.

Sin embargo, con el paso del tiempo, este sistema comienza a fallar. Por ejemplo, en cerebros de personas que murieron con enfermedades como Alzheimer o Parkinson, se ha observado que sus neuronas dejaron de realizar este proceso de manera eficiente. En contraste, en especies longevas como el ratopín, la autofagia permanece activa durante toda su vida, lo cual refuerza la idea de que su deterioro está directamente relacionado con el envejecimiento.

En humanos, una alimentación equilibrada y ejercicio puede mejorar la salud.

Estudios recientes han confirmado que estimular la autofagia puede retrasar el envejecimiento en distintas especies. Esto abre la posibilidad de que, si logramos mantenerla activa en humanos, también podríamos retrasar la aparición de enfermedades crónicas.

Actualmente, se investiga por qué este proceso se debilita con la edad y si es posible restaurarlo en las células envejecidas. Aunque los mecanismos moleculares aún no se comprenden del todo, está claro que el estilo de vida y la alimentación influyen de manera decisiva en la posibilidad de envejecer con salud.

Un dato revelador es que las personas centenarias y saludables suelen tener hábitos que estimulan naturalmente la autofagia: comer con moderación (dejar de comer cuando uno se siente al 80% satisfecho) y realizar ejercicio físico de forma constante. De hecho, se ha observado que el ejercicio induce autofagia en las neuronas, lo que podría explicar algunos de sus beneficios cognitivos.

Además, estudios epidemiológicos han demostrado que seguir una dieta equilibrada (rica en vegetales diversos, frutas coloridas, proteínas magras como pescado, frijoles o nueces, grasas saludables como aceite de oliva o canola, y evitar bebidas azucaradas) puede añadir entre 8 y 10 años de vida saludable.

Por otro lado, prácticas como el ayuno intermitente, que estimula la autofagia, también han ganado popularidad. No obstante, no son recomendables para todas las personas, por lo que es indispensable consultar a profesionales de la salud antes de iniciar regímenes de ayuno o dietas restrictivas.

Comprender estos mecanismos y adoptarlos en nuestra vida diaria no solo puede mejorar nuestra salud, sino también transformar la forma en que concebimos la vejez: no como un declive inevitable, sino como una etapa en la que aún es posible mantener la autonomía, la vitalidad y el propósito. La naturaleza nos muestra que otra forma de envejecer es posible. El reto está en aprender de ella. 

Lecturas recomendadas:
Gerarld J. Gruman M.D, Ph.D. 2003. A History of Ideas about the Prolongation of Life. Springer Publishing Company. ISBN 9780826118745.
Francisco Alejandro Lagunas-Rangel and Venice Chávez-Valencia. 2017. Learning of nature: The curious case of the naked mole rat. Mech Ageing Dev. :164:76-81. doi: 10.1016/j.mad.2017.04.010
Aman, Y., Schmauck-Medina, T., Hansen, M. et al. Autophagy in healthy aging and disease. Nat Aging 1, 634–650 (2021). https://doi.org/10.1038/s43587-021-00098-4
Hu FB. Octubre 2023. Diet strategies for promoting healthy aging and longevity: An epidemiological perspective. J Intern Med. 00:1–24. https://doi.org/10.1111/joim.13728

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