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Juana C. Romero, ícono femenino que transformó México

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Publicación: calendar_month 6 de octubre de 2025

Nacida en el corazón de Tehuantepec, Oaxaca, un 24 de noviembre de 1837, Juana Romero emergió de un linaje arraigado en la historia de la región.

Su abuelo, don Juan Romero, había custodiado con celo el gobierno provincial, entrelazando la política con el comercio. Esta herencia de emprendimiento y servicio público se transmitió a través de generaciones, moldeando el carácter de doña Juana.

En un hogar donde la fe y la caridad eran pilares fundamentales, Juana fue educada por su madre, una devota mujer que impartía sus conocimientos desde los preceptos de la Iglesia católica. En una época en que las oportunidades educativas para las mujeres eran escasas, su mente inquieta y su espíritu emprendedor la impulsaron a trascender el rol que se le tenía asignado. Con una visión clara y un coraje innato, doña Juana Romero se convirtió en una figura destacada en el panorama empresarial mexicano.

Se convirtió en una figura destacada en el panorama empresarial mexicano.

El encuentro fortuito entre el joven Porfirio Díaz —quien llegó a Tehuantepec nombrado como jefe político— y Juana Romero, en plena Guerra de Reforma, marcó un hito y en ese crisol de transformaciones, la inauguración en 1858 de la ruta marítima de la Compañía Louisiana Tehuantepec, que conectaba el Mississippi con el Pacífico, abrió una ventana al mundo y despertó en Díaz una profunda fascinación por la tecnología y el progreso. La inauguración de la ruta marítima no solo impulsó el comercio, sino que también propició la llegada de viajeros como Charles Brasseur (a quien le debemos una rica descripción del Istmo de Tehuantepec), enriqueciendo el intercambio cultural de la región.

Durante la intervención francesa (1861-1864), la joven Juana Romero contribuyó de manera decisiva a la restauración de la República, pues canalizaba recursos económicos para financiar la lucha armada. Sus aportes fueron fundamentales para sostener el esfuerzo bélico: permitieron equipar a las tropas juaristas y garantizar el abastecimiento de las zonas bajo control republicano.

Contribuyó a proyectar la imagen de México como una nación moderna.

No fue sino hasta la inauguración del ferrocarril de Tehuantepec, en 1907, que Juana Romero recibió un homenaje público por sus servicios a la patria. En un acto oficial, ante la presencia de ocho ministros de estado, se destacó su invaluable contribución durante la intervención francesa. Este reconocimiento, documentado en el periódico El Imparcial de México, es un testimonio de la importancia de su figura en la historia del país

Dueña de una importante tienda, “la Istmeña”, en un mundo que se encontraba en los albores de la revolución industrial, Romero encontró su nicho económico en la producción de azúcar. Con una determinación férrea, estableció una de las industrias azucareras más importantes del mundo, posicionando su producto como el de mayor calidad en el ámbito internacional. Sus azúcares, galardonados con medallas de plata en San Luis Missouri en 1904 y de oro en Londres en 1908, se convirtieron en un símbolo de excelencia y prestigio en las exposiciones universales, eventos que reunían los avances más recientes en ciencia, tecnología y arte.

La participación de Romero en estas exposiciones trascendía lo meramente comercial. Al exhibir sus productos en un escenario global, contribuyó a proyectar la imagen de México como una nación moderna y capaz de competir en el mercado internacional. Su éxito en el ámbito empresarial le permitió materializar un sueño aún más ambicioso: invertir en el desarrollo social de su comunidad.

Apostó por la educación de las mujeres, visión de futuro que la situó a la vanguardia de su tiempo.

Con las ganancias obtenidas de la industria azucarera, Romero fundó en 1906 la Escuela Istmeña de Tehuantepec (que todavía existe), a cargo de las monjas Josefinas, una institución educativa que atendía a niñas de toda la región istmeña. Al apostar por la educación de las mujeres, Romero demostró una visión de futuro que la situaba a la vanguardia de su tiempo.

Asimismo, Juana fundó la Escuela Luis Gonzaga (solo para varones), posteriormente renombrada en su honor por el Gobierno de Lázaro Cárdenas, un claro ejemplo de su visión educativa y el compromiso que tuvo con el desarrollo de su comunidad. En un contexto marcado por la creciente importancia del comercio internacional, Romero comprendió la necesidad de brindar a los jóvenes una educación de calidad que les permitiera participar activamente en el mundo globalizado.

La figura de Juana Romero trasciende la mera descripción de una mujer exitosa en un mundo dominado por hombres. Su fortaleza y determinación se nutrían de una profunda fe católica, que la inspiraba a servir a los demás y a dejar una huella positiva en el mundo. Su devoción a Santa Teresa de Jesús, una mística y fundadora de la orden carmelita descalza, se manifestaba en su vida personal y empresarial, como lo demuestran los nombres de sus ingenios azucareros: Santa Teresa, Santa Clara y San Juan de la Cruz. Cabe mencionar que nunca se casó.

Con el resurgimiento del interés por un corredor interoceánico, su figura cobra nueva relevancia.

Romero fue pionera en la promoción de la espiritualidad y la contemplación en un contexto social marcado por el positivismo y la secularización. Con la fundación de la Vela Perpetua en 1891, impulsó un movimiento de renovación espiritual que buscaba cultivar la interioridad y el crecimiento personal. Como testigo de su éxito aún se yergue en la ciudad el chalet donde habitó los últimos años de su vida.

Fue nombrada “Benefactora de Tehuantepec” en 2015 por la LXII Legislatura local oaxaqueña. Además, a partir de una propuesta de quien escribe, a partir de 2020 y por acuerdo del mismo Congreso, se instaló la medalla al mérito “Juana Catalina Romero Egaña”, para reconocer los aportes de mujeres oaxaqueñas en diferentes campos.

La visión de Juana Romero sobre el potencial geopolítico del Istmo de Tehuantepec se ha revelado como profética. Hoy, con el resurgimiento del interés por un corredor interoceánico, la figura de esta visionaria cobra una nueva relevancia. Su legado trasciende las fronteras del tiempo y nos invita a reflexionar sobre la importancia de la planificación a largo plazo y la inversión en infraestructura y educación como motores de desarrollo.

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