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Invertir en la microbiota, ahorrar en el envejecimiento

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Publicación: calendar_month 31 de agosto de 2025

Hace unas cuatro décadas, el investigador John Whipps definió la microbiota como una comunidad de microorganismos (bacterias, arqueas, virus, protozoos y hongos) que habita zonas bien delimitadas del cuerpo humano, como la piel o el intestino. Desde entonces, esta comunidad microscópica ha capturado la atención de la ciencia por su impacto directo en nuestra salud.

Hace unas cuatro décadas, el investigador John Whipps definió la microbiota como una comunidad de microorganismos (bacterias, arqueas, virus, protozoos y hongos) que habita zonas bien delimitadas del cuerpo humano, como la piel o el intestino. Desde entonces, esta comunidad microscópica ha capturado la atención de la ciencia por su impacto directo en nuestra salud.

Y es que la microbiota está en prácticamente todo el cuerpo: en la boca (entre dientes, lengua, mejillas y saliva), en el tracto respiratorio, en la piel, en el sistema genitourinario. Sin embargo, el intestino es el sitio donde más abunda y por ello ha sido el foco principal de la investigación científica.

¿Pero qué hace la microbiota intestinal? Más de lo que imaginamos. Participa en la defensa inmunológica, al actuar como barrera contra agentes patógenos; ayuda a absorber ciertos nutrientes; modula mecanismos inflamatorios; y a través de su conexión con el cerebro, regula la saciedad y el almacenamiento de grasa. Algunas de estas funciones las realiza por sí sola, otras en colaboración con distintos órganos del cuerpo.

Comer bien no es más caro: una dieta amiga de la microbiota cuesta lo mismo que una basada en ultraprocesados, pero con beneficios opuestos.

Cuando la microbiota se ve afectada por factores ambientales, como una dieta pobre en fibra o el uso excesivo de antibióticos, se altera su equilibrio, un proceso que se le conoce como disbiosis. A esto se suman los cambios propios del envejecimiento, lo que puede detonar una inflamación crónica de bajo grado y aumentar el riesgo de padecer enfermedades como obesidad, diabetes, cáncer o enfermedades intestinales.

Si esto inquieta al lector, no se alarme. Más bien, preste atención: hay formas sencillas de cuidar la microbiota y, con ello, la salud en general.

La clave está en la alimentación. Una dieta amigable con la microbiota debe ser baja en grasas saturadas, azúcares simples, aceites refinados y alimentos ultraprocesados; pero rica en fibra y variedad. Un consejo útil es consumir al menos 20 plantas distintas por semana. También es importante moderar el consumo de carne roja, gluten y sal, y adoptar hábitos como la gestión del estrés y la actividad física regular, ambos aliados importantes del equilibrio microbiano.

Pero ¿cuánto cuesta todo esto? Los autores hicieron las cuentas. Para alcanzar los 50 gramos de fibra recomendados al día, se requiere una inversión de entre 25 y 30 pesos, dependiendo de las fuentes vegetales elegidas. A eso se pueden sumar 200 ml de alimentos fermentados como yogurt natural o kombucha, con un costo adicional de 15 a 25 pesos. Si se incluye chocolate oscuro sin azúcar (15 g/día), el total oscila entre $55 y $70 pesos diarios. Añadiendo alimentos como queso brie, frutos rojos, té verde o una copa de vino tinto, la cifra sube a $95 pesos.

Cuidar la microbiota es una inversión silenciosa pero poderosa para envejecer con salud, vitalidad y autonomía.

¿Y cuánto cuesta, en comparación, una dieta dañina para la microbiota? En México, los alimentos ultraprocesados más consumidos suman casi lo mismo: refrescos ($20 pesos), cereales azucarados ($12 pesos), pan empaquetado ($12 pesos), botanas ($38 pesos) y embutidos ($12 pesos), totalizando también cerca de $95 pesos diarios. Es decir, lo mismo en términos económicos, pero con consecuencias muy distintas para la salud.

Las enfermedades crónicas derivadas de estas elecciones, como la obesidad y la diabetes, no solo afectan la calidad de vida, sino que también representan un gasto gigantesco: 2 billones de pesos al año por obesidad y 150 millones por diabetes para el sistema de salud. A esto se suman los costos personales: pérdida de ingresos por ausencias laborales, impacto emocional, aislamiento social y deterioro generalizado del bienestar.

Cuidar la microbiota no es solo una medida preventiva. Es una inversión a largo plazo en nuestra salud y calidad de vida. Por eso, se invita a los lectores a adoptar pequeños cambios que pueden marcar una gran diferencia. Porque envejecer con salud también depende de nuestras elecciones cotidianas, invisibles pero profundas, como las que alimentan a nuestra microbiota. 

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