“Es un tormento” —Dijo doña Alicia*. Con esa palabra resume lo que vive en su sufrimiento: un dolor profundo que se encarna en sus entrañas. Su dolencia se debe al cáncer. La enfermedad ocurre en un cuerpo que, como el tuyo y el mío, está hecho para doler. A los seres humanos, como a otros tantos animales, nos sirve que el cuerpo duela porque esa sensación nos previene de lastimarnos con mucha gravedad y también a proteger partes de corporalidad ya lesionadas. Sin embargo, también nos hace vulnerables si llegamos a los extremos del daño o disfunción.
El consumo de drogas es un problema de salud pública mundial. Las noticias mencionan con frecuencia que el fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, circula en nuestro país. En México, alrededor del 10% de la población de entre 12 y 65 años ha consumido drogas ilegales alguna vez en la vida y los jóvenes son muy vulnerables.
El cambio climático ya repercute sobre los ecosistemas y las sociedades humanas. El efecto más evidente es la elevación de la temperatura de la atmósfera; los medios de comunicación constantemente reportan que “es el mes (o año, o década) más cálido en registro”1 y, desafortunadamente, la tendencia no tiene visos de detenerse.
La pesca es una de las principales actividades productivas primarias en el mundo; genera unos 90 millones de toneladas de alimentos cada año y emplea a alrededor de 38 millones de personas. A diferencia de otras actividades primarias, como la agricultura y la acuicultura, depende de las poblaciones silvestres de las diferentes especies de captura, y es por ello más sensible a los cambios ambientales en los ecosistemas acuáticos.
Reflexionemos en el tiempo: hace 15 mil millones de años se formó el Universo y hace 4 mil 500 millones, la Tierra. Cuatro billones de años atrás, comenzó la vida en muchas de sus formas. De esas, algunas se extinguieron (como los dinosaurios) y otras han evolucionado, formando la gran biodiversidad que habita nuestro planeta. En ese camino de evolución, el Homo sapiens, única especie de los homínidos que aún perdura, apareció hace 100 mil años. Por lo que la madre Tierra tiene 20 mil veces más años de “experiencia” que nosotros.
Hace tiempo, durante un viaje a Dzilam de Bravo, Yucatán, observamos “arbustos”, “zacate” y un cierto color en el agua de la costa. Luego de estar en contacto con estos elementos por varios días surgió una duda: ¿acaso tienen alguna función? Años después, estudiamos biología y entendimos la importancia de los ecosistemas costeros.
Desde el descubrimiento de los rayos X por el científico alemán Wilhelm Conrad Röntgen en 1895, las ciencias naturales y médicas avanzaron enormemente gracias a las herramientas que proporciona la radiología, la cual utiliza estos rayos para explorar, desde el estado de salud de un individuo hasta un ecosistema completo.
Todos hemos escuchado hablar de la materia oscura: una cantidad inmensa de partículas en el Universo que son invisibles pues no absorben, reflejan, ni emiten luz, pero cuyos efectos determinan en buena medida el funcionamiento del cosmos. En la biología hay algo muy parecido: los parásitos.
El Antropoceno es una unidad de tiempo geológico que, si bien no es reconocida universalmente1, se utiliza para referirse al período actual de la historia de la Tierra. Se caracteriza por los cambios en el clima del planeta y las alteraciones a la biosfera debidas a la introducción y acumulación de materiales exógenos producidos por distintas actividades humanas.
El mar siempre atrajo mi atención. Explorar sus vastas profundidades y comprender las variables que definen los patrones de la diversidad biológica reafirman la importancia del océano. Siempre, como mujer, encontré apoyo para poder estudiar el océano y descubrir nuevos ecosistemas asociados a los fondos marinos.
Sólo he tenido la oportunidad de disfrutar un eclipse total de Sol, el de 1991, y jamás lo olvidaré. Ya estudiaba la maestría en Astrofísica, pero de no haberlo hecho, seguramente me habría empujado a seguir esta carrera. Puedo describir lo que sucedió: el cielo se oscureció, aparecieron las estrellas brillantes y algunos planetas, las aves se confundieron con la noche y buscaron sitio para dormir, se pudo apreciar la corona y el llamado anillo de diamantes, pero no puedo explicar completamente lo que sentí.
Tenía 12 años, era verano y, junto con otros chicos de mi edad, estaba en un curso de cuatro semanas en un jardín enorme al norte de la Ciudad de México. No recuerdo haber sabido hasta ese momento nada sobre el espectáculo del que sería testigo. Cerca de medio día nos repartieron unos cartoncitos con algo que parecía un papel metálico para observar un fenómeno astronómico maravilloso: un eclipse de Sol.
El estudio del Sol tiene un impacto significativo en la vida de cada habitante de nuestro planeta. La sociedad actual depende cada vez más del uso de la tecnología, como la que se basa en el uso del posicionamiento terrestre a través de satélites (Global Navigation Satellite System, GNSS), por citar un ejemplo. Sin embargo, particularmente esta tecnología puede verse afectada ante la presencia de fenómenos energéticos en el Sol, que generan la emisión de radiación o partículas. Por situaciones como esta, es vital estudiar y descubrir nuevos conocimientos sobre nuestra estrella que nos brinden oportunidades para educar, concientizar y fascinar a la sociedad.
Desde un lejano pasado, los seres humanos han observado la bóveda celeste, maravillándose por su belleza y la regularidad de sus movimientos, un incentivo intelectual hacia un razonamiento analítico que describa el Universo. Las culturas de la antigüedad idearon métodos para entender los mecanismos de esa dinámica cósmica que hoy en día aún puede admirarse en documentos, artefactos mecánicos y a través de estructuras arquitectónicas orientadas hacia eventos celestes. Como parte de Mesoamérica, en la época prehispánica en México se desarrollaron prácticas que demuestran el papel fundamental que jugó la astronomía en su evolución cultural.
Los eclipses han intrigado y maravillado desde hace siglos a la humanidad. Aunque responden a un proceso natural y cíclico del Universo, que nos da cuenta de los movimientos de traslación y rotación del Sol, la Luna y la Tierra, los eclipses también nos permiten adentrarnos en el pasado y conocer cómo fueron asociados a creencias y prácticas específicas en distintas épocas y culturas en el mundo, que perduran o tienen notables similitudes con algunas creencias que existen al día de hoy.
De todos los cuerpos celestes que observamos a simple vista, la Luna es muy especial porque es la única que cambia su apariencia a nuestra mirada; además, su ciclo de fases ayudó a establecer al mes como unidad de tiempo intermedia entre el día y el año. Su presencia incluso está asociada al romanticismo y el romance, aunque también ha dado lugar a leyendas oscuras, como la del “hombre lobo” y se creía que podía producir trastornos mentales, de ahí la expresión “lunáticos”.
En México, todo enfermo que se encuentre al término de la vida debería tener acceso a los medicamentos que hagan más llevadero ese final. Es un problema de salud pública.
Nació en la Ciudad de México. A los tres años de edad, María Elena Medina Mora perdió la audición, y estuvo en tratamiento durante más de siete años. En ese lapso, no podía participar en todos los juegos que organizaban sus hermanos, situación que la obligó a ser muy reflexiva, observadora y a desarrollar el gusto por la lectura. Todo eso influyó en la que sería su profesión años más tarde.
calendar_month 10 de octubre de 2025